viernes, 8 de julio de 2011

Las Manos

¡Nunca volveré a ver mis manos de la misma manera!
El abuelo, con noventa y tantos años, sentado débilmente en la banca del patio, no se movía, sólo estaba sentado cabizbajo mirando sus manos.
Cuando me senté a su lado no se dio por enterado y entre más tiempo pasaba, me pregunté si estaba bien. Finalmente, no queriendo realmente estorbarle sino verificar que estuviese bien, le pregunté cómo se sentía.
Levantó su cabeza, me miró y sonrió:

-“Si, estoy bien, gracias por preguntar” – dijo en una fuerte y clara voz.
-“No quise molestarte, abuelo, pero estabas sentado aquí simplemente mirando tus manos y quise estar seguro de que estuvieses bien” – le expliqué.
-“¿Te has mirado jamás tus manos?” – preguntó - Quiero decir, ¿realmente miraste tus manos?”
Lentamente abrí mis manos y me quedé contemplándolas. Las volteé palmas arriba y luego hacia abajo. No creo que realmente nunca las había observado... mientras tanto intentaba averiguar qué quería decirme.
El abuelo sonrió y me contó esta historia:
-“Detente y piensa un momento acerca de tus manos, cómo te han servido bien a través de los años. Estas manos, aunque arrugadas, secas y débiles han sido las herramientas que he usado toda mi vida para alcanzar, agarrar y abrazar la vida.
-Ellas pusieron comida en mi boca y ropa en mi cuerpo.
-Cuando niño, mi madre me enseñó a plegarlas en oración.
-Ellas ataron los cordones de mis zapatos y me ayudaron a ponerme mis botas.
-Han estado sucias, raspadas y ásperas, hinchadas y dobladas.
-Se mostraron torpes cuando intenté sostener a mi recién nacido hijo.
-Decoradas con mi anillo de bodas, le mostraron al mundo que estaba casado y amaba a alguien especial.
-Ellas temblaron cuando enterré a mis padres y esposa, y cuando caminé por el pasillo con mi hija en su boda.
-Han cubierto mi rostro, peinado mi cabello y lavado y limpiado el resto de mi cuerpo.
-Han estado, pegajosas y húmedas, dobladas y quebradas, secas y cortadas.
-Y hasta el día de hoy, cuando casi nada más en mí sigue trabajando bien, estas manos me ayudan a levantarme y a sentarme, y se siguen plegando para orar.
-Estas manos son la marca de donde he estado y la rudeza de mi vida.
-Pero más importante aún, es que son ellas las que Dios tomará en las Suyas cuando me lleve a casa. Y con mis manos Él me levantará para estar a Su lado y allí utilizaré estas manos para tocar el rostro de Cristo”.

Nunca volveré a mirar mis manos de la misma manera. Pero recuerdo que Dios estiró las Suyas y tomó las de mi abuelo y se lo llevó a casa.

Cuando mis manos están heridas o dolidas, pienso en el abuelo. Sé que él ha recibido palmaditas y abrazos de la mano de Dios. Yo también quiero tocar el rostro de Dios y sentir Sus manos en el mío.

Nuestras manos son una bendición. Me pongo a pensar qué hacemos con esas manos en cuanto a nuestras relaciones con los demás: ¿las usaremos para abrazar y expresar cariño y afecto o las esgrimiremos para exhibir ira y rechazo?

¡Ojalá que escojamos con sabiduría!
¡¡¡Qué el Señor y su Santísima Madre te bendigan!!!

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